Manoel Soares vivía tras los muros que él mismo erigió. Había llegado del otro lado del estrecho, su familia –si alguna vez la tuvo-, de más lejos. Conocía un idioma distinto pero el miedo lo obligó a creer olvidarlo (aunque en verdad ni siquiera soñaba en castizo) Tenía una fragua poderosa a la que sus fuertes brazos la hacían armar milagros de hierro. Eran años de hierro, también.
Los hombres ricos y leales al rey –y su misma majestad- le encargaban a Manoel escudos, herraduras, espadas. No rechazaba trabajo alguno, tampoco el pedido llegado desde un reino vecino, algo que él viera quién sabe dónde, en qué tiempo, demasiado lejano para recordar sin dolor.
Imágenes que pensó borradas con el correr de los años, dejadas del otro lado del muro, moldeó en su fragua y las supo tan suyas; no resistió el deseo de grabar su nombre en ellas.
Justamente por cumplir, Manoel Soares, maese herrero, sembró el destino que lo depositaría en las manos de Terqueada.
Fue visitado por un Ministro de Dios la tarde cuando descubrió que los muros son más frágiles que el agua; el terreno de la herrería no sólo estaba plagado de espadas carentes de elegancia pero sedientas de sangre impura. En dos mesas se ubicaban también veletas forjadas con las formas más hermosas imaginables.
El llegado las observó con maligna curiosidad. Luego dijo:
-¿Qué son?
-Veletas. Le dicen a uno de dónde viene el viento.
-Yo aseguraría que dicen algo más que eso.
En el aire un silencio esponjoso pareció absorber cada sonido. Una ráfaga de recuerdo le trajo la voz de la abuela llamándolo Abdul. Uno de los muros comenzó a ceder justo ante el llegado:
-¡Este aparato es indudablemente obra del demonio! Y sus inocentes figuras no otra cosa que oráculos.
A Manoel las veletas sólo le señalan la dirección del viento. Nada sabe de brujos, si los hay, ni de dónde vienen.
Es débil su argumento frente a la furia del encomendado. Lo escucha, pero no puede comprenderlo, ¿cómo podría una veleta llamar a las brujas?
Que no comprenda no es importante, será acusado también de herejía y quemado en la hoguera de la plaza, como acto ejemplificador de la suerte que correrán los que compartan su sacrílega condición.
Murió preguntándose si el pecado fue haber fraguado su nombre en las veletas, pues siempre quiso ser un devoto siervo de Dios y quizá con este simple acto hubiera pecado de soberbia.
Muchos años después, Antonio Soares, mi abuelo –nunca supo que compartían el apellido-, encontró una veleta, “hierros viejos”, dijo, entre las ruinas de una casa que recibiera por herencia en la provincia de Extremadura, y de la que no había tenido conocimientos hasta que lo anoticiaron de ser heredero. Pudo ver en el reverso de la luna que antaño marcara la dirección del viento, un sobrerrelieve: Abdul Rafi, año del Señor 1502.
Por qué estos trazos rústicos y apenas legibles le causaron una curiosidad tal que emprendió la tarea de averiguar sobre el enigmático personaje de la firma, es algo a lo que no encuentro razón. Le llevó casi toda su vida esta búsqueda. Antes de morir me regaló lo poco que queda de la veleta y parte de esta historia; no pudo ver cuando derribé el último muro que separaba a maese Manoel de Abdul Rafi.®
el tiempo, la historia, la memoria... bien templados en tu relato -tu de ustedes- mi saludo. hl
ResponderEliminarBuen relato.
ResponderEliminarLa historia es asombrosa.
Un abrazo.
Buen relato. Tiene una cualidad que lo hace atractivo: la factibilidad. Sabemos que en tiempos remotos lo que no se comprendía se imputaba al demonio, y que muchos hombres de ciencia cayeron presa de estos prejuicios.
ResponderEliminarEs un buen ejercicio literario el tratar de rescatar del olvido algo que pudo haber sucedido.
Saludos
muy buena historia. Tiene un algo que la hace real.
ResponderEliminarJeve, Ruma: ¡Los felicito!
mariarosa
Muy bueno.
ResponderEliminarAún hoy inventamos relaciones de lo que no entendemos con demonios (modernos, quizás).
Me gustó mucho.
Un beso.
Exelente , asombrosa y casi con visos de Realidad.
ResponderEliminarSaludito
Cris//mujeresdesincuentay
"En el aire un silencio esponjoso pareció absober cada sonido." Me encantó.
ResponderEliminarQue preciosidad!!... Me recordo en ciero modo a un libro que recién termino de leer titulado La mano de Fátima; trata de las aventuras y desventuras de un moro cuando la conquista de granada y su condicion de medio cristiano por ser hijo fruto de la violación de su madre por parte de un sacerdote.
ResponderEliminarEsta historia daría para un libro, estoy segura.
Muchos besos desde la roca que me cobija
Mar (... una humilde vendedora de humo)
Hola, Jeve! Gracias por pasar por mi blog.
ResponderEliminarMe gustó mucho el relato, muy bien contado.
Que tengan un feliz domingo!
Besos, Steki.
Que dupla!!!!! fantastica historia, una vez más y van.., digo grato palcer leerlos, pasar por su casa siempre me lo da. Nana.
ResponderEliminarJeve y Ruma, què placer leer esta fantàstica historia, excelentemente narrada. Mis felicitaciones a ambos. Se potencian.
ResponderEliminarCariños,