Mi padre fue hombre de una sola vida, con pocos misterios, carente de lujos, pero vivida tan a pleno como él mismo se permitió. Nunca dejó que el hambre nos acorralara y cuando en cierta oportunidad hubo carencias, no dudó de vender su anillo, en otro momento su reloj para que no faltara pan y leche. Aún tengo su imagen al volver después de esa venta, con gesto duro, la espalda levemente encorvada por el cansancio y la humillación de trabajar para que el dinero no alcanzara. Él jamás protestó por eso, muchas noches, ya bien tarde, yo, desde mi habitación veía la luz del comedor encendida y la silueta de ese hombre peleador de todas las batallas recortada contra el enorme ventanal que daba al jardín, fumando en silenci.o
Era sencillo saber cuándo llegaban las malas épocas, el auto no salía del garage, mi padre lo ponía en marcha cada dos días para que ese fiat milcien no se entumeciera. El trabajo nunca lo avergonzó, a su tarea fija en la empresa de energía, sumó otras alternativas laborales. Siempre honrado, pagando sus deudas, sin defraudar a nadie.
Sin embargo mi padre, y nunca supe cómo, consiguió un trabajo complementario más original que ningún otro. Recuerdo que él estaba arreglando la suspensión del 1100 tirado debajo del coche, haciendo fuerza para destrabar una tuerca, yo a su lado, puro espíritu aprendiz y con muchas ganas de ensuciarme para decir que había ayudado. Aquel día mi madre llegó diciendo que llamaban del estadio de boxeo Luna Park. La reparación del Fiat quedó para después, mi padre se bañó y marchó al centro de la ciudad. Volvió por la noche con una sonrisa feliz, trayendo un ramo de flores y chocolates. De ahí en más, durante las veladas de boxeo sería el encargado de subir y bajar el micrófono para que el locutor anunciara el comienzo y desenlace de las peleas.
Era una tarea a conciencia, había que manipular muy bien la manija que recogía y extendía el cable para no romperlo. Antes de cada reunión boxística probaba el funcionamiento del audio, luego se instalaba en una pequeña cabina en lo alto del estadio y aguardaba para cumplir su labor. Faena digna de un artista, cuando la pelea había sido dura y pareja, soltaba el cable lentamente, generando una atmósfera de absoluta expectativa por la lectura del fallo, si el combate terminaba por KO, lo descendía con rapidez para que el ganador disfrutara del triunfo. Cada noche de sábado cumplía su misión y era tan bueno en su tarea que le llegó la gran oportunidad.
Recibimos en casa una carta firmada de puño por el gran Muhamad Alí, donde le pedía que accediera a viajar a los Estados Unidos para subir y bajar el micrófono en el combate donde Alí defendería su título ante Zora Folley.
La noche del 22 de marzo de 1967, mi padre dio el tiempo necesario para que la gente aplaudiera al gran Muhamad tras retener el titulo de peso máximo. Al volver me dijo:
- Cuando Alí oyó el fallo, levantó su mano derecha y señalándome, dijo: “Thanks, mister, thanks”.
Se me hizo un nudo en la garganta, lo abracé desde mis ocho años, con desesperación.
La vida se lo llevó poco tiempo después. Yo, varios años más tarde de su partida, conseguí una copia de la pelea Alí-Folley. Seré sincero, he visto miles de veces el combate prestando atención a cada detalle y jamás encontré que Muhamad levantara la mano ni dijera nada. Pero no dejaré de verla si es necesario un millón de veces, sé que en alguna de ellas, el gran Alí llevará su mano hacia arriba y dirá “thanks, mister, thanks”. Estoy seguro que mi padre no inventó nada de esta historia.
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Para Jeve y Ruma
Para ti, que escribres...
Broten las palabras de tu espíritu al papel
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y fuego en la luz de las estrellas.
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la figura del padre, central... casi de otra época... de época de otros códigos... lo heroico y lo tierno y conmovedor en tu relato. mi saludo, hl
ResponderEliminarEsas historias de cristal. De un tiempo que fue hermoso.
ResponderEliminarSaluditos.
Coincido con huggh Otras èpocas con otros Còdigos ! No todo tiempo pasado fue mejor , pero lo que servìa , habrìa que rescatarlo.
ResponderEliminarSaludito
Cris//mujeresdesincuentay
Que buena historia. Las palabras de un padre no se olvidan y se van agrandando con los años. Te dejo mi aplauso.
ResponderEliminarmariarosa
Impecable narrativa, recordé a mi padre, meemocioné.
ResponderEliminarUna vez más grato placer pasar! Nana.
Es hermoso recordar
ResponderEliminarlo que el padre nos dejó,
lo malo y lo bueno,
eso nos enseña a
a ser más humano.
Una historia que
emociona.
Besos
Lo más seguro es que no viste bien la´grabación. Una historia enternecedora. Saludos.
ResponderEliminarAlejandro