Ahora el tipo que siempre creyó en los milagros reafirma que existen y no seré quien lo contradiga. Después de haberlo visto trabajar tanto tiempo sería irresponsable contarle la verdad, si es que la hay. Para él fueron días de entrega a la fe por medio de sus manos artistas. Sólo se detenía para tomar unos aguados mates que yo le cebaba; agradecía con una sonrisa y volvía los ojos al tronco que tallaba y que alguna vez fuera el árbol que adornaba la vereda de su casa.
-¿Lo ve? –me preguntó orgulloso una tarde.
-Sí –respondí por compromiso.
-Nuestro señor –dijo y se persignó.
Al ver mi poco aporte, algo decepcionado quiso explicar más.
-Jesucristo, el del monte, el de la cruz.
-Sí, claro –dije y mientras le alcanzaba un mate tomé distancia del tronco para observar esos rasgos que tan bien había conocido.
Porque yo sabía de quién hablaba. El libro de oraciones que recitaba de memoria; las rodillas ansiosas por levantarse del reclinatorio y jugar con los otros pibes; la mirada inquisidora del padre Luis y mi madre zumbando el rosario como una abeja en agonía. ¿Cristos a mí? ¡Por favor! Toda una vida venerándolo y cuando más lo necesite miró para otro lado. ¿Qué le costaba un poco de piedad conmigo? Pero no se contentó con llevarse a mi mujer y a mi hija, tuvo que dejarme vivo y tullido, pendiente de este bastón al que odio tanto como a él.
Increíble, pero el tronco empezó a tomar forma. Podía ver el rostro triste, la corona de espinas, las gotas de sangre. La gente, que antes pasaba sin detenerse, miraba la tarea con admiración –o curiosidad-.
-¿Y qué va a hacer cuando lo termine? ¿Lo vende? –Éstas y otras preguntas le lanzaba sin que me importara la respuesta.
-Mire, don Oscar –dijo bajando la voz como si quisiera compartir un secreto-, lo estoy tallando porque quiero llevarlo en la peregrinación de este año, la que hacemos desde acá hasta la playa del pinar, donde está la otra parroquia. Sí, ya sé, no me mire así, claro que yo no voy a portarlo, el Raúl y sus hijos me dijeron que harán la tarima y ellos lo llevarán. Pero creo que eso no podrá ser.
Me encogí de hombros, viejo loco.
-No se va a morir antes, hombre, su Cristo no lo permitirá.
Él río a carcajadas.
-Morir es lo que menos me preocupa –se frotó las muñecas doloridas- Lo que pienso es que cuando lo termine tomará vida y volverá con su padre. Porque Él sabe que yo lo hice con el amor más puro que tengo por su Hijo.
Sí, estaba loco.
Los últimos días el viejo tenía las manos llagadas, se las vendaba para seguir trabajando.
Recordé las mías y el orgullo que sentía por tener una muestra a simple vista de lo que es un trabajador. Hasta eso me quitó su Cristo. Vivo de una irrisoria pensión por invalidez.
Este viejo artrítico es el único al que puedo llamar amigo. Pobre infeliz. Él y su maldita fe, él y su “yo agradezco, siempre hay otros que están peor”. Qué frase más estúpida. Pero lo soporto, me necesita para que le cebe mate y de vez en cuando hablemos de algo.
Ayer fue viernes. Mientras le alcanzaba un vaso con cerveza –todos los viernes nos damos este gusto- él, con los ojos brillosos le dijo al tronco:
-Sólo faltan detalles mínimos, Señor, para la noche estará listo.
Íntimamente reconocí que era una obra digna de admirarse. A mí me daba impresión; el viejo loco había podido tallar un rostro que parecía real.
Anoche la tormenta fue monstruosa, tal vez ese dios apocalíptico del que tanto hablan había elegido el momento para terminar de una vez con todos nosotros (y lo bien que habría hecho). Por eso no sé si fueron los truenos, el viento lamentándose cual gato en celo, el sonido de las ramas quebrándose, el mar y su furiosa sinfonía o tal vez escuché el vaivén de una sierra. Nada de esto fue tan importante para que me levantara de la cama, con lo mucho que me cuesta. Si llegaba el apocalipsis al menos me encontraría cómodo y arropado.
Hoy, como todos los días, me levanté temprano, un poco después de las siete, quizá hayan sido 7:20. Abrí la ventana para enterarme de cuánto desastre dejara la tormenta.
Y allí vi a mi vecino.
-¡Milagro! –Gritaba -¡Milagro! ¡Mi Cristo ascendió a los cielos! ¡Dios es grande, inmenso en su tarea!
El tronco no estaba. Me refregué los ojos pero es no cambió la escena. El viejo, de rodillas, con las manos hacia el cielo y zumbando también él alguna plegaria.
Salí y observé con precisión. El viento fue intenso pero no tanto como para arrancarlo, no hay muestras de que haya sido arrancado. Pensé en el sonido de la sierra, pero si alguien lo serruchó se tomó el trabajo hasta de aspirar la última partícula de aserrín, demasiado trabajo para realizar bajo la lluvia y no hay señas de que haya sido serruchado. Tampoco cavaron para llevárselo, no hay pozo que delate.
Son casi las 8:30, la gente comenzó a agruparse y rezar, el viejo sigue hincado, yo no creo en milagros ni en Cristos y el tronco desapareció.®
Jeve y Ruma
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martes, 6 de septiembre de 2011
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Despensa
Cuarto de Regalos
Para Jeve y Ruma
Para ti, que escribres...
Broten las palabras de tu espíritu al papel
y dejen huella
de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz
y fuego en la luz de las estrellas.
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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Buen relato.
ResponderEliminarNadie cree en brujas, pero parece que las hay.
Un abrazo.
Me gustó. ¿Qué pensará el narrador de la imagen final?, me quedo pensando en la tensión del narrador, quizás pensando en que esa fe y el Cristo desaparecido, que contrastan con su justificado escepticismo.
ResponderEliminarSaludos
Espectacular y es poco.
ResponderEliminarEs inmenso el relato, el resentimiento que habita en todos nosotros, alguna vez, y esas chispas extrañas que nos hacen dudar de la sombra.
La narración en primera persona nos pone (al menos a mí... :) en el lugar del protagonista y
nos hace escalarlo, hasta la línea final
Un abrazo.
SIL
hombre de poca fe rendido ante la evidencia de una ausencia... salud amigos, un gusto.
ResponderEliminarEl milagro de estar en mitad del milagro y no saberlo......
ResponderEliminarun abrazo
Para él si que hubo milagro
ResponderEliminarpor lo menos mientras no aparezca.
Un gran relato.
Un abrazo
Me pareció un buen relato, pero con lo místico ando medio renegado...Saludos, un placer pasr por acá.
ResponderEliminarMarcelo y Jesica: los llamó por nombre propio, me parece que los puedo felicitar mejor. Me emocionaron. No sé que más decir, estos cuentos a mí, no me salen. Será por eso que me llegó tanto.
ResponderEliminarUn abrazo.
mariarosa
Ay, ese Cristo de los milagros irrelevantes. La próxima que se juegue y nos de el milagrito de la paz mundial.
ResponderEliminarExcelente relato. Muy muy bueno (la ví a mi abuelo Angel, así de renegado con Cristo).
Se habrá ido con su padre, supongo que a reclamarle este abandono de 2011 años.
ResponderEliminarBello todo lo que supere a los cinco sentidos primordiales, tal vez primordiales,
ResponderEliminarUna buena historia, Abrazo.
Muy buena historia. Me dieron ganas de tomar unos mates. Voy a poner la pava.
ResponderEliminarDos abrazos.
Ser o no creyente, poco importa, ¡relevante es el cometido literario de la narrativa! Estupenda mecánica fabular que conduce al lector frente al tallador, a Oscar, los mates, los adelantos de la escultura y a sentir frío por la tormenta y el vendaval. Y si bien, para todo hay una explicación, aquí queda el misterio. Felicitaciones a ambos, y un hermanado abrazo.
ResponderEliminarLes quedó bárbaro, me encantó. Mi abuela solía decir "creer o reventar". Bueno, el personaje que cuenta la historia debe haber reventado entonces... jaja
ResponderEliminarEntretenido y muy bien contado, che.
Un beso a ambos
Qué buen relato! La verdad es que atrapa.
ResponderEliminarEn algo siempre hay que creer.
Comento como ANÓNIMO porque este formato de comentarios no me reconoce como blogger. Me pasa en otros blogs con este mismo formato.
Un beso grande y feliz semana.
STEKI.