"Cuando voy a dormir cierro los ojos y sueño con el color de un país florecido para mí." Canción del jardinero, María Elena Walsh
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jueves, 31 de mayo de 2012

Razones


Compañeros de nubes:

Ciertas razones están consumiéndonos más tiempo de lo pensado, y es por eso que ya no abrimos, con la frecuencia de siempre, las ventanas de nuestro querido lugar. Extrañamos mucho descansar en esta casa donde tan cómodos nos sentimos. Extrañamos el tiempo respetuoso para visitar las suyas. Pero todos sabemos que en la vida hay prioridades y las prioridades van rotando. Como decía el rey del cuento: “esto pasará también”.  En breve reabriremos las ventanas.
Les agradecemos infinitamente por no descuidar nuestra casa, por venir a cortar los pastos que crecen, podar las rosas, barrer las hojas que este otoño deja como si fueran pedazos de nosotros. Gracias, un gracias ENORME por seguir aquí y tenernos paciencia, su compañía nos incita a retomar impulso. 

Jeve y Ruma


martes, 27 de marzo de 2012

Piríscafo -Disquisiciones del profesor Piríscafo. Presentación.


Disquisiciones del profesor Piríscafo
 
Presentación:
Les presentamos al profesor Piríscafo, nuevo integrante de Palabras como nubes. Consideramos que posee el nivel necesario para tener propio espacio aquí; su alto nivel intelectual y su apasionada forma de ver la vida diaria, lo hacen un compañero de ruta indispensable.

Algunas descripciones

Según Jeve y Ruma:
En la Universidad de Puente Viejo Piriscafo lleva 42 años dando clases de una cátedra de la cual no se conoce su título ni el contenido de esta materia. Asisten a su clase un promedio de diez alumnos. ¿Es Piríscafo un mito, un demente, un tipo simple confundido por la realidad o un genio incomprendido?
Según sus alumnos:
Conrado Azcurra del Solar: “Es un loco lindo, de otra época. En el fondo le tengo aprecio”.
Eufimia Bairús: “Ya debería haberse jubilado”.
Lisandro Bermejo: “Después de asistir a su clase siempre termino dudando: ¿me habré dormido –sin intención, por supuesto- y, por ende, hay datos importantísimos que perdí, o simplemente el profesor Piríscafo no dijo nada interesante?
Según el mismo Piríscafo:
Puedo decir sin dudas que desde hace más de cuarenta años tengo la honrosa tarea de enseñar, algo que me enorgullece. Reconozco que mis métodos suelen parecer extravagantes en la actualidad; ayudan a la tarea de formación, por lo tanto continuaré haciendo uso de los mismos.

J&R


En breve, en esta etiqueta podrán leer las experiencias de este profesor y sus alumnos.


jueves, 15 de marzo de 2012

CUARTO DE PROSA - NATALIA INSTAMATIC

(MUY FELIZ CUMPLE, JEVE)

Natalia tiene siete años y una cámara de fotos muy vieja, sin rollo, una obsoleta Kodak Instamatic 22. Supongo que la redimió de algún recoveco de la casa, rescatándola del olvido, del descarte de la modernidad. Donde ella va lleva, colgando del cuello, su máquina  desmemoriada de  funciones.
            Nati, como le gusta que la llamen, retrata todo lo que ve con esa antigüedad.  No importa la hora ni la luz, ni si el lugar elegido es un páramo o un tapiz de árboles.  Ella apunta, dispara, carga, apunta  y dispara, una, diez, veinte veces.
            Alguna noche Natalia se sienta a revelar fotos. La cámara sin rollo la mira temerosa, sospechando que el trabajo pudo ser absolutamente inútil, pero confía a ciegas en la inexperta fotógrafa. Entonces Natalia abre la máquina y aparecen los ojos del viento, la cara del cielo, la sonrisa de la noche, los sombreros de la luna, los besos que se prodigan los rosales con el rocío; y me muestra orgullosa esas fotos, que para mi torpe adultez son pura nada, y hoy se han vuelto un humilde cuento. ®
 RUMA

martes, 6 de marzo de 2012

Cuarto de Prosa -Mala lengua


 
Al principio no le dio importancia –como a todo- pero dos días después su lengua se había agrandado el triple. Esto no estaba bien. No podía hablar, comer, tomar… Decidió ir al médico.
A Elvira, después de cuarenta años de matrimonio ininterrumpido, no le asombró el silencio de Pancho. Chau, le dijo cuando lo vio salir. Él saludó con la mano.

Ya en el consultorio, le mostró al doctor su padecimiento.
-¿Le duele?
-nnnn….
-Ah, mi amigo… Se me va a hacer estos análisis. Y escribió en el recetario. Nada más, es que el servicio médico por obra social consta de quince minutos para cada paciente.
Dos días después, Pancho volvió con los estudios.
El médico los miró con el ceño fruncido.
-¿Le sigue doliendo?
-nnnn…
-¿Comió algo que le pueda haber hecho alergia?
-fffff….nnn…
-¿Está tomando medicación?
-pfff!!
-Bueno, esa es la de siempre. Mire, mi amigo, usted no tiene nada orgánico, esto es estrés. Vaya tranquilo, me toma esta pastillita, no me come nada fuera de su dieta habitual y tampoco me tome demasiado alcohol, esto se lo digo por su presión alta, no por la lengua. Se me relaja lo más que pueda y listo. En quince días me viene a ver.

Durante esos quince días no hubo cambio, la lengua de Pancho estaba apresada en su diminuto departamento lleno de muebles artificiales. Le dolía la mandíbula por tener que aguantar semejante peso. “Estrés”, pensó. ¿Y de dónde? Hacía dos años que estaba jubilado, vivía sin obligaciones, se levantaba temprano, daba de comer a las gallinas, arreglaba el jardín, leía la parte de deportes en el diario… ¿Cuál de todos estos menesteres podría estresarlo? Ni siquiera discutía con Elvira.
Sus hábitos comenzaron a cambiar: ya no salía por las tardes a conversar con los vecinos, no iba a comprar el pan por la mañana. Elvira, después de cuarenta  años de matrimonio ininterrumpido, no se asombró.
Pancho estaba triste. Haber dejado el truco de los jueves en la sociedad de fomento, terminó por estresarlo de verdad.

Una tarde, para paliar un poco el desencanto de la vida, salió a caminar.
-¡Tío!
Germán corrió hacia él.
-¿Cómo andás, tío, todo bien? ¿La tía? ¿Las gallinas? ¿Qué me contás de la paliza que le dimos a River? ¿Te enteraste de lo que le pasó al gordo Esteban? Pobre tipo, pero bueno, a cada chancho le llega su San Martín, ¿nocierto? La verdad es que el tipo es un hijo de puta, se lo tiene merecido, ¿vos qué opinás?... Tío… ¿Qué te pasa?
-dddddmmmfffff.
-¡Carajo! ¿Y eso? ¡Tenés la lengua de una vaca!
-¡mmmpltd!
-Bueno, perdoname… ¿Fuiste al médico?
-¡¡mmmsssfddds!!
-Ajá… Escuchame, vamos a lo de la Gumer, no perdés nada.
La Gumer era una vieja que oficiaba de curandera. A Pancho le daba escalofríos, soldado cobarde, que le dicen. Germán lo llevó a la rastra.
-No seas cagón, tío, qué te puede pasar. Peor no podés estar, ¿nocierto?

La Gumer le hizo abrir la boca y observó durante eternos minutos.
-Es la culebrilla -dijo.
-¿cccdddjjj?
-¿Se cura? -Preguntó Germán.
-Sí, se tiene que pasar la panza de un sapo macho por la lengua, durante siete noches seguidas. En quince días me viene a ver.
-¿¿hhh??¡¡¡¡ ¿¿Prrrssfsdddsttnnnlcsssss??!!!!
-Bueno, si no quiere curarse es cosa suya.

-Dale, tío, qué te cuesta, yo te consigo el sapo, no te preocupes, esta noche te lo llevo –consoló Germán mientras lo dejaba en la puerta de su casa.
Pancho se sintió más estresado que nunca. Entró sin una palabra. Elvira, después de cuarenta años de matrimonio ininterrumpido, no se asombró.

A la noche llegó Germán, todo misterioso. Saludó a su tía y preguntó por Pancho.
-Está afuera, debajo de la parra, escuchando la radio.

-Te traje el sapo, tío –dijo mostrándole una bolsa movediza.
Pancho la miró con repugnancia.
-Acordate de guardarlo para que no se escape. No fue fácil encontrar un sapo, viste que ya casi no hay. Me voy porque me da impresión.

Perdido por perdido, Pancho tomó coraje después de tres horas. Fue al baño, se puso delante del espejo, sacó el sapo, abrió la boca, cerró los ojos y comenzó a sobarse la lengua con el animal. Elvira justo pasaba hacia la cocina cuando notó la luz encendida del baño y la puerta abierta. Vio cómo Pancho lamía el sapo. Después de cuarenta años de matrimonio ininterrumpido, no se asombró.®


Jeve

martes, 28 de febrero de 2012

Cuarto con ventana al mar... -Szeinde

Sé que las ballenas pueden ver la inmensidad de la luna cuando danza sobre el océano, ellas me lo han dicho, y también me han confesado que en el fondo de todos los fondos no hay esperanza, si no oscuridad.


No estoy loco, aunque se empeñen en decir lo contrario. Y tampoco soy un improvisado arriesgando en una quimera personal casi treinta años de investigación sobre el tema, y que, sin ánimo de echar culpas, me han dado tantas satisfacciones como amarguras. Dediqué la mayor parte de mi vida a estudiar el canto de las ballenas, y aunque esto se llevó también mis mejores años, incluso la familia que podría haber formado, estoy convencido que no fue en vano.

Al principio, el espectrograma acústico sólo mostraba secuencias rítmicas de sonidos, el famoso canto de las ballenas eran meras notas. Algunos teorizaron sobre el por qué, y hubo tantas razones como posibilidad de variables en los tonos. No era el por qué lo que a mí me interesaba, ni siquiera el cómo, yo quería ir más allá. Este es el punto de inflexión con mis colegas. No me quedé anudado en las redes de la teoría, profundicé la investigación seguro de encontrar un esquema de comunicación. Lo conseguí. Pude establecer un contacto, hablé con ellas. Y ellas conmigo. 
No ha sido sencillo lidiar con la tecnología, desde el inicio de mis investigaciones, incorporé computadoras, radares ultrasónicos, lectores de variabilidad de tonos, pero ninguno lograba lo que yo estaba empeñado en demostrar.
Luego de intentar por varios años, al fin pude crear un dispositivo que me permitiera decodificar estos sonidos en forma muchísimo más sutil que los estudios de cualquier otro. No sólo “leía” sus mensajes sonoros, estaba en condiciones de “contestar”. 

Jamás olvidaré ese momento, cuando pude cambiar sonidos y saber que “del otro lado” eran recibidos. La respuesta fue total. Habíamos establecido un contacto superior. Las ballenas no hablan de muertes, ni de locura, ni de enfermedades. Sus códigos son cerrados pero concretos, se guían, alientan, invitan a una pelea o a la procreación... Son seres admirables, con una sensibilidad infinitamente mayor a la humana.
Hay, como en toda comunidad, quienes son más sociables que otras, y fue con una en especial, que lo que en primer momento creí la parte más importante de mi investigación, se convirtió en la prueba cabal que pude haber obtenido y en una total devoción, mezcla de agradecimiento y por qué no, absoluto cariño.
Preferí darles un nombre a cada uno de los cetáceos que formaron parte del proyecto, pues me pareció poco serio catalogarlos simplemente con una secuencia de números o letras para su identificación. Además, la comunidad merecía mi más alto respeto.
A ella la llamé Szeinde. Su canto me llegaba por las noches, estaba a muchos kilómetros del barco, según me dijo, más de tres mil, pero a mí me parecía que nadaba casi tocando la quilla, así de cerca la sentía. En la soledad de lo que fue en ese entonces mi casa flotante, muchas veces me descubrí esperando el anochecer, deseando escuchar aquel murmullo ensoñador que me llevaba lejos, que lograba hacerme recorrer un universo impensado. Aprendí los secretos del mar a través de canto, ella fue tan generosa al compartírmelos... El cielo, la luz, cada bocanada de aire cambió para mí a partir de conocerla. Es verdad que nunca la vi, jamás mi mano pudo deslizarse por su piel, mis ojos no admiraron los suyos, no puedo estar seguro que haya suspirado por mí, en cambio yo... La mujer que busqué desde siempre, sin encontrar, lleva la identidad de Szeinde, lo juro. Claro que este océano de paredes y humo donde yo habito, no es lugar para seres como ella. 

Separé mi investigación en dos partes: una conteniendo información específica, y otra –que consideré mucho más valiosa- donde detallé conclusiones respecto del comportamiento humano y del resto de los seres vivos. Cometí lo que ahora considero el peor de los errores: confié. Di a conocer todos los datos conseguidos con el invaluable aporte de Szeinde, por ejemplo, que la profundidad de las fosas Marianas es muy superior a la que se supone –Szeinde suele cantar allí, le gusta jugar con el eco- y otra serie de interesantes aportes que no vienen al caso, pues hacen más a la comunidad científica. Ninguno fue tomado en cuenta. Por qué, preguntarán ustedes. Pues por la estúpida idea de volcar también mis experiencias con Szeinde y asegurar que la esencia humana poco y nada dista de cualquier otro ser viviente, no somos tan distintos, nos unen muchas más emociones, anhelos y desencantos de lo que se puede llegar a imaginar. El raciocinio del que tanto nos enorgullecemos, y que nos ha llevado a cometer todo tipo de atrocidades a través de la historia, es un punto ficticio en el universo de la inteligencia. La verdadera inteligencia consiste en saber manejar el poderosísimo caudal del instinto. Vivir en armonía con el entorno es absolutamente posible. Todo esto ella me lo mostró, abriendo mi mente cual abanico, Por qué no distinguirla entonces por sobre el resto de la comunidad? Y fue precisamente esta distinción la que provoca el tambaleo de mi intachable carrera. Mis colegas no sólo ridiculizaron la investigación, tuvieron hasta la osadía de expresar por escrito, pues lo vi en muchos medios, que este trabajo carece de criterio, puesto que no pueden tomar por veraz lo que diga alguien que parece manifestar una malsana suerte de “emociones casi románticas” por una ballena. Me tildaron hasta de insano, “loco” para ser más preciso, pero no lo estoy, aunque ellos opinen lo contrario. Sé que me he convertido en el tema irrisorio de mis propios congéneres. Más solo que de costumbre, el único consuelo lo encuentro cuando salgo a navegar y converso otra vez con las ballenas.
Aún Szeinde nada debajo de la quilla, acariciando las olas y entonando suaves canciones para que yo me sienta acompañado. Estoy seguro, en sus notas pronuncia mi nombre.®


Jeve y Ruma

martes, 14 de febrero de 2012

Cuarto de Prosa - Los dientes de mi gato.

Conseguir la droga resulta más sencillo que obtener el diario, en especial cuando uno tiene los billetes exactos. En algún momento tuve tres distribuidores, a un par de ellos le compraba con mayor frecuencia. A Stéfano, el tercero en cuestión, recurrí pocas veces y algunas semanas antes de lo sucedido con Nicolás había dejado de tener trato. El problema con Stéfano no era sólo que la cocaína ofrecida no siempre era de buena calidad, además, estaba alejado de la ciudad y nunca me ha gustado viajar. De hecho, mi editor se encarga de evitarme cualquier gira literaria, las presentaciones se hacen en mi ciudad al igual que las entrevistas, aunque en el último año preferí no tener encuentros periodísticos.

         He logrado simplificar mi vida a un mínimo de verbos: escribir, beber, drogarme, dormir (poco, adjetivo aplicado a este último), putas (no es verbo, pero es más elegante que coger), comer, acariciar a John Wayne -mi gato- y esperar el cheque para seguir el ruedo verbal.

         Nunca sabré si el maldito editor, Edgardo, se queda con más de lo que corresponde pero en tal caso, si sucede, resulta justo. Edgardo ha sabido ocultarle al mundo varios de mis problemas, como aquel día cuando la puta se instaló en mi departamento.

         Lupe, se llamaba, o Carla, da igual. Suelo, además de perder la noción del tiempo, no recordar los nombres. (Desde esa época duermo con la botella de JB o Johny  junto a la cama. Al despertar sediento extiendo la mano buscando la botella para guiarla a mi boca. A veces me siento en la cama, pongo un poco de whisky en el agua de John Wayne y me levanto a escribir). Aquella puta durmió en mi cuarto e hizo su trabajo por no sé cuánto tiempo. Le pagué. Pidió más. Le volví a dar dinero. Sentado frente a mi cuaderno de escritura podía oírla en la ducha. Salió. Se hizo un café. La escuché decir que era un bonito lugar y no se iría.

-Necesitás una mujer capaz de ordenar un poco y limpiar.

En verdad, una vez por semana viene una colombiana silenciosa, pagada por mi editor con el dinero que me roba, cuya misión es poner derecho lo que John Wayne y yo ponemos patas para arriba.

Lupe o Carla, no recuerdo si dije que dudo sobre su nombre, estaba dispuesta a instalarse. Llamé a Edgardo.

-O las sacás de acá o la mato. –dije.

Minutos después Edgardo llamó y pidió que me ausentara del departamento por un par de horas. Tomé a John Wayne y nos fuimos. Al regresar alguien se había encargado de todo el asunto. John Wayne ronroneó y se echó en su rincón favorito. A él tampoco le agradan las compañías. En esos días compartíamos aquel sentimiento, el gusto por el wisky y nada más.

La presentación del libro “La mierda viaja en avión” fue organizada en el Teatro de las Sombras, a veinte cuadras del departamento. Aquella noche mi amigo Nicolás murió y no por sobredosis.

Dije al inicio que tenía tres dealers pero el tal Stéfano no era de confianza. Nicolás le compró coca traída vía Holanda. La droga estaba cortada con xilocaína y vidrio molido. Al pobre Nico (y a otros varios) lo destrozó por dentro. Desconozco quién se encargó de Stéfano pero dos semanas después lo encontraron flotando en el río, con la punta de los dedos cubiertas de vidrios astillados.

Fuimos pocos al entierro de Nico, no me interesó saber cuántos asistieron al de Stéfano. Al regreso del funeral John Wayne estaba con los ojos tristes. Esa noche le di su primera línea de coca.

-Ahora sí somos más que compañeros, somos hermanos –dije.

Desde ese día, cuando preparo mis líneas de cocaína reservo una para él. Lo veo pasarse la lengua por los bigotes lamiendo hasta lo último. A veces se revuelca sobre el lomo o corre alrededor de la mesa. Indefectiblemente termina mordiendo las patas de las sillas, fue así como se rompió los dientes. En momentos de depresión me siento a su lado a leer cuentos y poemas de grandes escritores. Hasta hace algunas noches intercalaba en la lectura relatos míos. He dejado de hacerlo, vi a John Wayne con un lápiz y una hoja en blanco. Por ahora sólo parece hacer garabatos, pero quién sabe, tal vez logre escribir, robar un texto mío, vendérselo a mi editor, hacerse famoso mientras yo empiezo a perseguir sombras, ruedo sobre mi espalda, muerdo las patas de la mesa y me quedo sin dientes.®  


Ruma




lunes, 6 de febrero de 2012

Cuarto de Prosa - Dux

Una de las primeras imágenes eróticas que recuerdo fue la de mi hermana pintándose las uñas. Lo hacía los sábados, a la hora de la siesta. Tomaba el pincel con dos dedos -los otros tres elevados con exageración- y lo pasaba lleno de esmalte sobre las uñas con una suavidad y seguridad que parecía -si son así de suaves y seguras- una princesa. Ahora no le veo nada de erótico a eso, pero en aquel entonces me hacía unas raras cosquillas mirar el pincel jugando sobre la uña indefensa. Esperaba los sábados a la hora de la siesta y me sentaba a su lado con cualquier excusa. Ella me dejaba, no creo que haya sabido de mi vicio dactilar. Un sábado de verano yo estaba mirando con éxtasis el pincel y apenas me di cuenta de que me habló. No sé si el pincel o mi hermana. ¿Querés que te pinte? Preguntó. Mi cabeza apenas fue de arriba abajo, estiré los brazos, palmas sobre la mesa. Nos van a matar a los dos dijo entre carcajadas (si me mataban junto con ella no me importaba nada, era mi ángel, mi diosa, la mujer más hermosa del mundo que con 16 años me llevaba nada más y nada menos que 10. Y aclaro esto porque con el tiempo nos fuimos llevando menos, hasta quedar casi parejos). Me había dado a elegir un color, elegí el “Rojo Dux”, no lo olvido porque, además del rojo furibundo, Dux me sonó a elegante, a varonil. Cuando terminó abrí bien los dedos y los moví en el aire, igual que tantas veces le había visto hacer. Después soplé las uñas una por una. Estaba chocho, para qué lo voy a negar, me miraba las manos girar como si tuvieran vida, seguridad y suavidad de princesa. El idilio entre las uñas pintadas de Rojo Dux y yo duró hasta que llegó mi padre.
Después de ese día varias veces pensé si el infarto que le dio al año siguiente  fue por el disgusto.
-¡¿Qué le hiciste?! –Los gritos fueron para la diosa, que frunció la boca con desdén.
-¡Marta! –Los gritos fueron para mamá, quien desde algún lugar respondió que no sabía de qué hablaba y que si había llegado con tal mal humor se fuera y volviera a entrar, como si con el simple acto de pisar nuevamente el umbral el humor se cambiara, pensé.
Los gritos no encontraron respuesta en nadie. Entonces fue mi turno.
-¡¿Vos no sabés que los hombres con las uñas pintadas son de maricón, sos maricón vos?! –dijo enlazando tres frases, porque mi padre era así de económico. Tenía la cara tan colorada que no miento si digo que por las venas le corría el esmalte.
Yo no sabía lo que era un “maricón”, pero, a juzgar por la desesperación de este hombre, debería ser una mezcla de horrores. Mi cabeza apenas fue de un lado al otro mientras mis ojos se metían dentro de los suyos y detrás de la bronca lo único que vieron fue miedo. Si yo hubiese sido maricón tampoco se lo habría dicho en ese momento, él estaba demasiado asustado.
La diosa sacó el esmalte pero me dejó pintada la uña del meñique derecho. Te ponés una Curita y listo, si te pregunta le decís que te cortaste. Después, cuando te canses, si yo no estoy te sacás el esmalte con los dientes.
-¿Le tengo que mentir a papá que me corté?
-¡Claro! –contestó sabedora como buena diosa y mejor consejera.
Esa noche no esperé y me saqué el esmalte con los dientes. Me dio asco. ¿Los maricones utilizarían quitaesmalte o se lo sacarían así, a dentelladas?

Por suerte, la visión paternal de los “maricones monstruosos” se fue diluyendo sin ningún inconveniente a medida que crecí y, como dije, con el tiempo, la brecha generacional entre mi hermana y yo. Sigue siendo mi diosa, pero de forma distinta. Ahora que tenemos la misma edad solemos disfrutar de las buenas charlas acompañadas con mate, mientras ella ceba yo escribo esto. Sos un mentiroso, me dice y ríe alcanzándome uno. Sus uñas largas están pintadas de rojo muy parecido al Dux. ®


Jeve

Despensa

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Cuarto de Regalos

Para Jeve y Ruma

Para ti, que escribres...

Broten las palabras de tu espíritu al papel

y dejen huella

de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz

y fuego en la luz de las estrellas.

Rodolfo Piay
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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