Cuarto con ventana al parque... - El cruce de los ocho

Orillaba el camino arrastrando los pies con cansancio de décadas. Polvo hasta en las comisuras.
_Debe hacer meses que no llueve, dijo en voz alta.
El sol, en su apogeo, castigaba con furia agrietando la tierra.
Nadie. Ni pájaros. Los campos, alguna vez sembrados, eran ahora enormes extensiones yermas.
Recto, siempre recto ese camino, con un mismo paisaje (nunca los campos habían estado así); el peregrino luchaba contra sueño y aburrimiento. Las ganas de detenerse a descansar tomaban cada vez más forma, se prometió hacerlo cuando llegara al cruce, faltaba poco, si la memoria no le fallaba.
Pero no sólo vio el esperado cruce, dos líneas más trazaban sendas bisectrices. Ocho caminos en la encrucijada. Quedó atónito mirando esas diagonales, sin recordarlas, habría jurado que no existían, pero pensó: ‘quizá la sed está jugando ya con los efectos propios’.
_Buenos días.
Voz profunda y clara que traicionó sus nervios. Le pareció conocida, como si la hubiera escuchado muchas veces antes. Giró con inmediatez que sólo da el terror y lo descubrió, así, parado justo en el centro donde se unían las líneas.
Un viejo enjuto, barba de paja, sombrero cubriéndole casi la mitad del rostro, ropa hecha harapos.
Disfrazando el asombro, preguntó:
_¿La estancia “Las hermanas”?
_¿”Las hermanas”? –el viejo devolvió su pregunta con una mezcla de incredulidad y diversión.
_Pero hombre –se ufanó el peregrino-, la estancia es más vieja que los dos caminos –y señaló el cruce.
El viejo se puso en guardia:
_No son nuevos, ‘el cruce de los ocho’ estuvo siempre... ¿No estará perdido, usted?
_¡Por supuesto que no! Vengo por el único camino posible a “Las hermanas”-
_Mire, la estancia no existe -dijo, y se espantó una mosca molesta- ¿Sabe qué debería estar haciendo yo?
Otra vez esas preguntas a las que no sabía qué responder.
_Descansando –observó el viejo-, eso es lo que debería estar haciendo.
_Bueno, seguiré mi camino y...
_Basta de tanta charla sin sentido. Ya te lo he dicho mil veces, Adán, vos no tenés memoria de ningún pasado, por qué ese empecinamiento en hablar de ayeres que no has vivido, no vivirás ni necesitás. Eva te espera. Andá con ella y terminemos este asunto agotador.
_Entonces no hay estancia, ni caminos en diagonales, ni...
_Nada –interrumpió Dios-, vos sos el primero, el condenado, el sin recuerdo.
Adán bajó la cabeza en silencio. Eva... Sí... La eterna búsqueda, principio y fin de su atemporal existencia.
_Tal vez –retomó-, en millones de años alguien llegue a esta encrucijada, será igual a vos, preguntará por el cruce, la estancia y hasta quizá me diga: ¿ha pasado por aquí un tal Adán?
_¿Y qué le dirás?_Le diré: todo lo que creés recordar ha desaparecido. Mirá, no importa el camino que elijas, ella siempre te estará esperando, ese es el motivo de tu peregrinar, Eva. ®

Jeve y Ruma