Cuando recuerdo a Eleonora, lo primero que aparece es el atado de albahaca en el florero sobre la mesa de la cocina. Yo siempre entraba por allí –la puerta del fondo- y este aroma actuaba de original anfitrión. Después del pasillo, cortinados de gasa dejaban pasar una claridad que alertaba todos los sentidos. Era el living, inmenso, el piano de cola en la esquina más iluminada y Eleonora resucitando a Beethoven. Era también mi infancia. Nos saludábamos con los ojos y yo me sentaba en total silencio esperando que Beethoven volviera a su eternidad una vez más. Luego cantábamos canciones de María Elena Walsh y reíamos, mucho.
Eleonora tendría la edad de mi madre y quizá hubiera amistad entre ellas, pero lo más importante fue que se convirtió en un sustituto de todas las carencias sufridas por ese entonces.
Algunas noches golpeaba la ventana de mi cuarto, despertándome para que la acompañara a volar sobre los techos vecinos. “Es un secreto”, decía.
Otras veces cocinábamos juntas apple pie. La receta estaba en inglés y yo tenía que adivinar los ingredientes. Al cabo de mil pruebas, el horno deslumbró con una tarta de manzanas exquisita. Aprendí que el inglés, como las tartas, no presentaría en lo sucesivo demasiados impedimentos.
Si me lastimaba, ella ponía sus manos sobre la herida y ésta sanaba sin dolor! De la misma forma curaba mis atracones con apple pie. Ya siendo adolescente leí que a este poder de sanación le decían Reiki. Sus carcajadas me hicieron sentir tonta, “por qué le ponen nombre a todo?” Y siguió riendo.
Eleonora vestía con elegancia de reina, aunque estuviera en su casa. La piel blanca contrastaba con el negro azulado del cabello, austeramente recogido; delgada y ahora creo que no tan alta, yo era pequeña.
Solía llevarme a pasear por las hojas crujientes de junio, las veredas azules de noviembre, por los “aromos enamorados” del parque cervecero que a lo largo de las calles se entrelazaban formando un techo; cuando descubríamos algunos que no llegaban a tocarse, les estirábamos las ramas.
Fue esa tarde, mientras regresábamos. La miré de perfil y encontré tal parecido que sin querer (o sin pensar) la llamé mamá.
No sé en qué mes enfermó, pero sí que murió el cuatro de enero por la mañana, a las 8:35 de cielo sin nubes y pájaros alegres. Igual que Eleonora, Beethoven no volvió a resucitar, vendí el piano, cerré las ventanas, el living fue un lugar tan ajeno que espantaba. Mi madre también murió un cuatro de enero, años antes, años después.®
Jeve
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Para Jeve y Ruma
Para ti, que escribres...
Broten las palabras de tu espíritu al papel
y dejen huella
de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz
y fuego en la luz de las estrellas.
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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Hay seres que dejan una profunda huella ,veo que Eleonora fue un ser magico en esta vida tuya.Que buenos recuerdos ,me encanto!
ResponderEliminarGracias amiga,
Shosha
Me siento identificado con el relato con la diferencia que Tu Eleonora es Mi Angela y que todavia me acompaña a pesar que mi madre hace 12 años que esta escribiendo poemas en las nubes
ResponderEliminarAyyyyyyyyy!! se me escapo una lágrima, carajossss, que buen recuerdo, que bien lo haces!!! Como siempre PLACER inmenso.
ResponderEliminarGracias chicos por la visita :)
ResponderEliminarMe ha gustado mucho este relato, sobretodo la frase final, un verdadero acierto que le da densidad a lo narrado. Una estocada deliciosa.
Saludos.
Jave, que mágia especial tienes para escribir y resucitar recuerdos. Un texto hermoso, ese florero con albahaca me recordo a mi madre, ella las dejaba en un vaso grande sobre la masada.
ResponderEliminar¡¡Hermoso!!
mariarosa
Acabo de dejarte un comentario en los cuentos. ¿Casualidad? Estoy segura de que no existe. Como no existen días idénticos sin un sentido predeterminado. Que la vida nos va acomodando, sin antojos, al lugar preciso. Abrazos, como nubes, nena. Con mate y veletas.
ResponderEliminarYa leí este relato hace tiempo y ahora, sentí algo similar en ese vaivén temporal que se percibe mientras se deslizan las palabras.
ResponderEliminarUna niña, una mujer, una casa, albahacas en un florero.
Comlicidades, apple pies que se hornearon durante varios años.
Sustitutos simultáneos en ambos sentidos, deecubrimientos tardíos que se llevó la muerte. Las muertes
Las muertes simultáneas y simétricas (como le gusta a la vida)que cerraron ciclos, que cerraron postigos y que enmudecieron a Beethoven desde aquel 4 de enero.
Quizá un ramito de albahaca en tu cocina celebre aquellos tiempos.
Un abrazo nena.
gracias por tu comentario ^^ un beso
ResponderEliminarMe he visto transportada a un universo un poco mágico, un poco onírico, muy etéreo...He disfrutado mucho leyéndolo!
ResponderEliminarGracias por haber visitado mi blog! Un saludo, y hasta pronto!
La albahaca, los aromos del parque cervecero, Eleonora (o las "Eleonoras" que Dios puso en nuestro camino), tu hermosa narración. Me has zambullido en los gratos recuerdos. Y lo no tan gratos también. Gracias.
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