De regreso de su viaje por Oriente, el señor J trajo semillas del árbol de la mujer. Tres meses después de plantarlas en el jardín, un árbol comenzó a crecer y a dar sus preciados frutos: dulces y deliciosas mujercitas. Cuando el señor J veía a las damas en edad justa, las arrancaba y las disfrutaba.
Murió tres años después de aquel viaje; en el jardín aun hoy en día, caen mujeres muy maduras o se secan allí, aguardando ser cosechadas por algún hombre. ®
Ruma
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Despensa
Cuarto de Regalos
Para Jeve y Ruma
Para ti, que escribres...
Broten las palabras de tu espíritu al papel
y dejen huella
de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz
y fuego en la luz de las estrellas.
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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che que bueno!!... un placer pasar por aquí. mi saludo
ResponderEliminarAvisá cuando esté a la venta el árbol de hombres, jaja
ResponderEliminarBuena ocurrencia
¡¡Muy bueno!!
ResponderEliminarJeve que imaginación prodigiosa. ¿No habra un árbol de hombres?
Un beso.
mariaorsa
Que triste que tengan que esperar a ser cosechadas! Cuantos deben estar averiguando en donde conseguir esas semillas...
ResponderEliminarQue buena historia.
Beso.
Muy bueno. Me recordaste una canción tan vieja como yo:
ResponderEliminar"Y la cosecha de mujeres nunca se acaba."
Saludos.
Alejandro
Muy Bueno !! aunque triste que demoren en darse cuenta cuàndo una Mujer està lista para ser cosechada.
ResponderEliminarSaludito
Cris//mujeresdesincuentay
Fueron muchos los años y caminos recorridos por G. Nunca una respuesta, jamás una sorpresa. Mucho menos una razón por la que sostener la existencia. Un día bajó los brazos y se dispuso a morir.
ResponderEliminarA pesar de su terminal decisión, en G estaban intactas las esencias de la vida. Uno no muere, por propia decisión, en cualquier sitio. Morir es un acto trascendente, superior al nacer. Nadie elige nacer. Todos pueden elegir morir.
Tuvieron que pasar más años y caminos hasta que G encontrara su lugar, el de su muerte. Y fue en el jardín de J, curiosamente abandonado, misteriosamente intacto, con sus frutos omnipresentes.
Cuando el instante final estuvo allí, la conoció. Ya nada fue igual.
Linda prosa, che! Ojala no haya ningún señor J que la arranque del árbol de la escritura.
ResponderEliminarAbrazo!