-Se puso linda, eh –dice mientras la mira con esos ojos que a Severo siempre le parecieron de búho.
-Sí, patrón –responde mientras apura el vaso de grapa.
La tarde invade sin prisa bajo el calor de septiembre. Hasta las moscas están aletargadas, caminan por la mesa con inocencia, restándole importancia al peligro que aguarda. Si al menos a alguna gallina se le diera por cacarear; el silencio es un latigazo.
-¿Cómo me dijiste que se llama?
-Dalia, patrón. Se iba a llamar Delia pero parece que en el registro civil lo escribieron mal y…
-No es tuya –interrumpe.
-No, patrón, es de la Rosa, nomás –y Severo se pierde en el silencio, se encoje en los recuerdos, expía con la grapa pecados de otros, suyos, cometidos, sin cometer, lo mismo da.
-Pero es como si fuera mía –agrega con pena.
-Sí, sí… ¿Cuántos años decís que tiene?
-Quince, patrón –siente cómo el estómago cruje, se anuda, se llena de algo tan parecido al odio y a la impotencia.
El búho eligió a su presa.
Ella cuelga ropa recién lavada y tararea una canción que quizá inventó; a Severo lo único que le llega es silencio, igual al que siente antes de las tormentas.
-Patrón… Es pura… -Si esas simples palabras le sirvieran para rogar.
Dalia los mira de reojo, su cuerpo es un pimpollo abriéndos que deslumbra entre el verde del campo, Severo ya tuvo que sacar a rebencazos a dos “pretendientes”.
-¿Y vos cómo sabés? –pregunta con indiferencia, levanta el vaso, lo pega de lleno sobre la mesa, sobre la incauta mosca.
No responde, baja la cabeza, no quiere mirarlo. Acaricia el facón, es una caricia obscena, inconclusa.
-Patrón…
El búho hace un gesto con la mano.
-Dalia, ¡vení para acá! –llama y se monta.
Llega despacio, secándose las manos en el delantal, el pelo negro, suelto, labios dulces, los pechos firmes casi escapando de la blusa en el vaivén. Severo baja los ojos, pero esta vez por pudor. El búho extiende un brazo. No es una invitación, es una orden. Delia mira a Severo, sonríe sin saber por qué, quiere decir algo pero el silencio ya dice lo suficiente. Monta atrás, se aferra a la cintura del patrón, sus dedos rozan la dureza de los músculos, su nariz huele el perfume que emana del cuello, de la camisa, quién sabe de dónde. Cierra los ojos y aprieta sus quince años a esa espalda.
Severo los ve alejarse. Ni siquiera el sonido de los cascos se escucha. ®
Jeve
Cuartos principales
Cuarto con ventana al mar...
(36)
Cuarto con ventana al parque...
(3)
Cuarto de poesía
(14)
Cuarto de Prosa
(68)
El ensayo
(10)
Historias del reloj
(6)
Príscafo
(1)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Despensa
Cuarto de Regalos
Para Jeve y Ruma
Para ti, que escribres...
Broten las palabras de tu espíritu al papel
y dejen huella
de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz
y fuego en la luz de las estrellas.
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
⇄
English (auto-detected) » Hungarian
⇄
English (auto-detected) » Hungarian
⇄
English (auto-detected) » Hungarian
⇄
English (auto-detected) » Hungarian
Buenísimo.
ResponderEliminarCuantas Dalias... hay todavía.
ResponderEliminarMuy bueno Jeve. Como siempre te dejo mi admiración.
mariarosa
buen relato Jeve... triste interior aún en estos tiempos, si
ResponderEliminarsaludos amiga. hl
¡¡Buen Fin de semana!!
ResponderEliminarUn cariño.
Muy buen relato.
ResponderEliminarGracias por la visita.
Besos
Jeve, me gustan tus relatos y sus personajes, tu manera de mostràrnoslos en una sola e impecable pincelada, el estilo despojado y directo, el modo en que siempre dejan salpicando el final.
ResponderEliminarUn abrazo,
Graciela