"Cuando voy a dormir cierro los ojos y sueño con el color de un país florecido para mí." Canción del jardinero, María Elena Walsh
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martes, 1 de noviembre de 2011

Cuarto de Prosa - Rimas sencillas

Hacía calor, demasiado. Roberto Pousso abrió una cerveza y se dejó caer sobre el sillón de la sala. No tenía mucho que hacer y aquello que debía ser hecho no le atraía.
Pensó en cuando era joven y podía con todo, no dejaba nada para después. Los años le habían jugado con trampa, la obesidad se lo gritaba y la vida junto a Mirta, su mujer, se lo recordaba. Ella era aún elegante y no había perdido la línea del cuerpo joven. Observarla y verse era un ejercicio que Roberto no soportaba.
Colocó la botella de cerveza en el piso, buscó en el bolsillo de la camisa los cigarrillos y el encendedor. Prendió uno. Dejó el humo jugar en la garganta y luego en los pulmones. Advirtió que comenzaba a sentir cierto aburrimiento. Se suponía que era un momento para disfrutar, su mujer había salido de compras con amigas y no regresaría hasta dentro de un par de horas.
Tocaron a la puerta. Se dijo que no atendería, después de todo no esperaba a nadie, un sábado por la tarde sólo golpean a la puerta para vender algo u ofrecer la salvación religiosa, ninguna de las opciones le agradaba. Volvieron a golpear con más fuerza. Fastidioso se levantó para a echar al visitante, con el pie volteó la botella y una buena cantidad de cerveza se derramó sobre la alfombra. Maldijo, debería limpiar y soportar las protestas de Mirta.
Dudó entre atender el llamado o buscar un trapo para secar, pero los nuevos golpes le hicieron dejar la higiene para luego.
Observó por la mirilla, era un hombre flaco, con barba rala. No podía decir mucho más desde esa óptica. Aun a riesgo de cometer un error, abrió la puerta.
-¿Familia Pousso? – dijo el hombre tras observar un papel que guardó en su chaqueta.
-Sí.
El tipo no sólo era flaco, era pálido, tenía el pelo engominado y ojos saltones, negros y exagerados en el tamaño. Llevaba puesto un gastado traje de invierno que lo hacía sudar por demás. El hombre estiró una mano para saludar y se presentó.
-Ismael Egberto Hernández, poeta. ¿Me permite pasar? – solicitó y ya había puesto un pie en el interior.
Roberto lo dejó entrar, recién allí advirtió que el visitante llevaba un maletín de cuero marrón.
-¿Sabe por qué estoy aquí? – dijo Ismael, Pousso se encogió de hombros – Su familia ha ganado un poema gratuito.
Roberto rió, giró para ver la mancha de cerveza sobre la alfombra. El recién llegado reparó en el incidente.
-Oiga, Pousso, yo soy un artista, no vendo ni hago pruebas gratis de aspiradoras. ¿Esa suciedad la hizo usted?
-Sí.
-Le recomiendo esponja, agua y jabón. ¡Friéguelo ya!
-¿Y usted?
-Hace calor, me permite – dijo Ismael señalando el saco, que colgó de la silla luego de recibir la aceptación de Roberto.
-Escúcheme, señor…
-Hernández Ismael.
-Hernández, no lo tome a mal pero…
-Mire, yo no voy a limpiar nada, Pousso. Usted o su esposa llenaron algún cupón y la editorial Manivela le obsequia una poesía hecha a elección y en el momento.
-Yo, verá…
-¿Le gustaría una poesía para su esposa? ¿Para la lavadora? No se ría. ¡Me han pedido cada cosa! ¿Quiere que le cuente?
-Mire Hernández, no quiero se descortés… - dijo Roberto y apagó el cigarrillo.
-Por mí siga fumando, no me molesta. No creo que sea bueno para la salud, sin embargo, continúe; haga tranquilo, limpie mientras preparo el papel y la tinta. Ah, le repito: mucho jabón y agua, ¡sino…! – Torció la boca - ¿Puede ser un poco de agua fresca?, si no es mucha molestia.
-Sí, claro.
-Es que este traje no ayuda, ¿vio?
-Con este calor y ese saco, me imagino – respondió Roberto y se encaminó hacia la heladera.
-La pilcha me la dan en la editorial. Estoy obligado a usarla por contrato. Sucede que en verano nos dan la ropa de invierno y cuando llega el frío recibimos la ropa liviana.
-Comprendo - dijo Pousso desde la cocina - ¿Prefiere una cerveza?
-Estoy en servicio.
-Pero es poeta y los poetas…
- ¡Ja! Venga esa cerveza.
Hernández desplegó sobre la mesa el tintero involcable, las hojas blancas, la estilográfica, un carretón con más papeles. Sacó una visera y se la colocó. Vio llegar a Pousso con los vasos y la botella.
-Acá tiene. ¿Con espuma?
-Poca.
-¿Y eso? – preguntó Roberto señalando la visera.
-¡Ah! Para que el sudor no caiga sobre el papel. ¡Me acordé! – del maletín extrajo unos protectores de mangas – Para cuidar la camisa. Es que a veces en el fragor de la poesía apoyo el brazo sobre el papel y me mancho.
Pousso echó un trago largo, casi sin respirar, apoyó el vaso en la mesa y dijo:
-Cuénteme alguna de las cosas raras que le hayan pedido o sucedido.
Hernández se relajó en la silla, cargó la estilográfica con sumo cuidado. Observó que la tinta bajara hasta la pluma.
-Mire, estos años cincuenta son una locura, desde que rajaron al que usted sabe del gobierno, la gente está desquiciada. No sé qué pasará en la próxima década. Para muestra del estado general, basta un botón, permítame la frase hecha. Una señora mayor, días pasados me solicitó una poesía para sus dientes postizos.
-No – dijo Pousso y estiró la “o”.
-Sí, una jovencita me confundió con el Príncipe azul. Me preguntó si tenía un caballo afuera y si había pensado alguna idea de cómo bajarla de la torre – Ismael y Roberto rieron a carcajadas, juntos – Y lo peor es que vivía en planta baja. Un hombre, grande ya, me pidió una poesía para el inodoro.
-No le creo, me está mintiendo.
-Créame, se lo juro.
-¿Y?
-Tuve que hacerla. Me pagan para eso, para complacer a la gente. Puedo hacer poesías o poemas sobre lo que sea.
-¿Y cuál es la ganancia de la editorial?
-Bueno, ellos tienen un catálogo de libros de grandes poetas y la gente, al sentirse cercana al arte, a veces los compra.
-Dígame la verdad, Hernández. ¿Alguna vez no le salió bien?
-¿Se refiere a si no pude hacer una poseía?
Pousso afirmó con la cabeza. Ismael se inclinó sobre la mesa, habló en voz baja como evitando que alguien más pudiera escucharlo.
-Estuve a un paso del fracaso. ¿Sabe que me pidieron? – No esperó la respuesta de Roberto – Una poesía para un plato de ñoquis. Era en un restaurant. Pero zafé y obtuve un trabajo extra. El dueño me pidió que le redactara los platos del menú con breves rimas. Rimas sencillas, ¿me entiende? “Fideos a la bolognesa, de la cocina a su mesa” “Milanesas napolitanas, buenas como las de la mama”.
Roberto rió, se sirvió más cerveza. Ismael continuó.
-Pousso, le digo la verdad. No pagan tan bien por esta tarea. Generalmente vendo alguna poesía extra. Me dan unos centavos y con eso me pago el almuerzo o la cena. Sinceramente creo que esta profesión de poeta-vendedor no durará mucho tiempo.
-¿Cuántos trabajan haciendo lo mismo que usted?
-En la editorial dicen que somos seis, pero yo no he visto a ninguno de mis supuestos colegas.
-¿Y tiene mucha gente para visitar?
Hernández se encogió de hombros, hurgó en el bolsillo de la chaqueta y sacó el papel que llevara en la mano al llegar.
-Me quedan dos familias más para visitar.
-¿El domingo trabaja?
-No.
Ambos quedaron en un silencio incómodo. Ismael carraspeó y dijo:
-¿Ya decidió sobre la poesía?
Pousso acabó la cerveza y respondió.
-Haga una acerca de la mancha.
-Deme unos minutos y estará lista – se enorgulleció Hernández.
-Con permiso – dijo Pousso y fue hasta la cocina. Preparó un balde con agua, buscó el detergente, esponja y trapo. Dejó todo en la mesada y volvió a la sala. Tomó asiento en el sillón y observó la mancha procurando determinar cómo la limpiaría. Tal vez pensó que era mejor soportar las protestas de Mirta y dejar que ella higienizara el lugar.
-Ya está lista – advirtió Hernández y estiró la hoja con la poesía.
Pousso se acercó y la tomó. Leyó con calma. Extendió el labio inferior en señal de admiración.
-Nada mal, original. Muy bien.
-Gracias, ¿no me compraría una…?
-No, Hernández, déjelo para otra oportunidad. Evite derrochar talento – metió la mano en el bolsillo y le dio una moneda de cinco centavos – Esto es por el consejo para remover la mancha.
-Le agradezco, Pousso. Voy a guardar todo, así continúo con mi trabajo.
Roberto dobló el papel con la poesía y lo guardó en el bolsillo del pantalón.
Hernández se colocó el saco, tomó el maletín y saludó.
-Gracias por la cerveza.
-De nada.
-¡Ah, no se olvide! Mucha agua y jabón, friegue, así la patrona no se enoja.
-Sí, claro.
Desde la puerta lo vio alejarse, cerró. Volvió hasta el sillón, se arrojó sobre él y durmió una siesta hasta la llegada de Mirta. (R)

Ruma

16 comentarios:

  1. Debo decir que me enganche con la originalidad de la propuesta. No me imagino como seria tener un trabajo asi pero desde ya, yo no serviria jaja..Impecablemente escrito, como siempre y eso es un placer. Abrazos.

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  2. Ingenioso, ¿Qué crees? estuve en la mesa con ellos.

    ¡Magnífico!

    Un fuerte abrazo.

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  3. Sin dudas, yo también estuve sentado en la mesa con los dos. El cuento, talentosísima narración, se me hizo muy corto y fue por el placer que me dio leerlo. Abordar una propuesta tan original y genialmente construida,

    Un instante Que se torna inolvidable; a lo mejor eso sea la poesía, simplemente eso, una forma de tratar nuestras manchas, las cervezas volcadas en el alma.

    Un fuerte abrazo, los cuentos de este espacio son muy especiales, no pasa todos los días veo talentos tan claros y luminosos.

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  4. ¿Te imaginás que apareciera un tipo así y te ofreciera un poema a elección? ¡Muy bueno!

    Siempre resultan entradas originales, un placer leerlos.

    mariarosa

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  5. Surrealista!!! Un poeta de cosas triviales o de cosas imprescindibles. Impecable redacción.
    Lástima que Pousso desaprovechó al poeta, le podría haber pedido una poesía sobre la apatía o el aburrimiento.
    Quizá hubiera aprendido.

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  6. Hola!!!
    ¿Cómo va??,Que ingenioooooo
    ¡Participaras este año en los premios 20minutos??,…
    Buen fin de semana y un abrazo de oso.

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  7. interesante... original... los felicito amigos... un gusto leerlos!

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  8. la originalidad al servicio de los lectores, y como tal, te lo agradezco, me gustó
    saludos

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  9. Hola, preciosas letras desnudan lentamente la pura e integral belleza de este blog, si te va la palabra elegida, la poesía, te invito a mi casa, será un palcer,es,
    http://ligerodeequipaje1875.blogspot.com/
    gracias, buen día, besos adormecidos..

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  10. interesante, y tan real que parece que se los vé a los persinajes
    me encantó leerte**************
    elida

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  11. Fantastico.. muy buen relato..me gusta mucho muy original tu entrada
    Saludos

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  12. Quiero leer tu relato como una original reflexión sobre el quehacer poético. Justamente la poesía es eso que describes: la varita mágica que convierte hasta el más sencillo gesto cotidiano en arte, que gusta o no, pero es el "saco donde todo cabe" si los ingredientes son talentosos y los sentimientos generosos.

    Ninguno de los textos que os leo me deja impasible. Celebro vuestra creatividad.

    Un abrazo.

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  13. Que personaje! No se si le hubiera abierto la puerta pero quiza en la época esto era más habitual. Le dió un poco de color al descolorido Roberto. Espero que lo haya aprovechado! Abrazo!

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  14. Si la manchita no sale
    cómprese otra alfombra
    y mientras regale
    una poesía a su esposa.

    ¡Vaya trabajo el de este poeta vendedor!
    Un abrazo.

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  15. Descubro tu blog y me quedo entre tus letras.

    Un beso.

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  16. el escritor como un servidor público incomprendido, claro, besos claudia

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Cuarto de Regalos

Para Jeve y Ruma

Para ti, que escribres...

Broten las palabras de tu espíritu al papel

y dejen huella

de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz

y fuego en la luz de las estrellas.

Rodolfo Piay
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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