Por cuarta vez en el día Anselmo López extiende el planisferio sobre la mesa y busca la ciudad de Oslo. Con el dedo índice recorre, en una línea tan recta como el temblor de las manos le permite, el trayecto desde Buenos Aires. Los kilómetros nunca parecen tantos en los mapas.
Son las doce del mediodía y el teléfono aún no ha sonado. Levanta el aparato para observar que tenga el volumen al máximo. Piensa, pero igual revisa, ¿quién podría modificarlo? La campanilla está al máximo de volumen, es lógico, sólo él vive en ese departamento. López repasa la charla de hace unos días y le sigue sonando convincente aquella promesa:
-Te prometo que te llamo el sábado antes del mediodía.
Ahora le resulta una afirmación imprecisa. ¿Cómo no se le ocurrió preguntarle cuánto tiempo antes? ¿El mediodía de allá o el de acá? No es bueno creer en las promesas porque son invitaciones a una realidad hipotética, debería prohibirse el uso del verbo “prometer” y dejarlo para el uso exclusivo de algunos dioses.
López se incorpora y va en busca del retrato de Carmen. Lo coloca junto al mapa, la quiere como testigo si es que la comunicación se produce. Anselmo la observa, siente que los ojos se le humedecen, necesita decir algo para ono llorar.
-¿Vieja, sabés cuántos kilómetros hay entre Buenos Aires y Oslo? – hace una pausa y sonríe antes de dar la cifra. – 12142 kilómetros. ¡Sí! A mí también me parece un número imposible. ¿Te cuento qué hice? Traté de verlos en cuadras, jajaja, peor, vieja, peor.
No quiere admitirle a Carmen que se siente burlado, prefiere darle una esperanza a las palabras.
-Eduardo me dijo que llamaría ante de las doce, pero viste cómo es nuestro hijo; a lo mejor se demoró con algo más importante.
Anselmo hace gestos con la mano pidiéndole a la foto de Carmen que lo espere. Busca en la biblioteca el diccionario de español-noruego y el libro del curso junto con los apuntes. Nunca imaginó tener que aprender un idioma a esta edad. Le costó encontrar alguien dispuesto a enseñar noruego, pero lo hizo y se esmeró en aprender todo cuanto pudo. Busca entre los papeles las frases que eligió para pronunciar con cuidado, lo hizo con letra grande. Al encontrarla, lee la primera con esfuerzo.
-Hei, jeg er din bestefor, je el sker deg. ¿Se entiende, Carmen? Sí, tengo que hacerlo más claro, pero me cuesta, ¿viste? Pucha, Eduardo podría haberse ido a España, ¿no? Sería todo más sencillo.
Repasa nuevamente la frase, menea la cabeza. Sólo quiere que su nieto Erik, de cinco años, a quien nunca vio ni escuchó, pueda entenderlo. Cuándo murió Carmen Eduardo ya vivía en Oslo y no pudo venir para los funerales; un año después nació el nieto que Anselmo ama sin conocer.
-Si hubieran estado acá, me habrían cambiado la vida, Carmen. Te imaginás, poder llevarlo a una plaza, al cine. Hacerlo jugar al fútbol. Pero están allá y por eso estudié noruego, Carmen, para por una vez poder decirle a ese nene que este viejo que vive en Buenos Aires, lo quiere.
Se le quiebra la voz a Anselmo.
-Eduardo me vive diciendo que consiga una computadora y la conecte a internet, no entiende que para mí todo eso es tan incomprensible como el noruego.
Suena el teléfono. Anselmo da un respingo, busca el papel con las frases. Se da cuenta de que sólo practicó la primera. Le tiemblan las manos, levanta el tubo. Traga saliva para estar sereno.
-Hola…
Del otro lado de la línea llega la respuesta.
-Hola, abuelo. Soy Eric, te quiero -dice el niño esforzándose por pronunciar el castellano lo mejor posible.
Anselmo cierra los ojos, respira profundo, quiere hablar pero no puede. Y llora.®
Que bueno!
ResponderEliminarQue relato emotivo.
Me encanta.
Un abrazo.
El amor desafía cualquier impedimento, todas las barreras y derriba ese muro intangible de la distancia.
ResponderEliminarNo puedo reflejar en un frío comentario lo maravilloso que me parecido este relato.
Gracias.
Un beso
SIL
¡¡Ay Marcelo, me hiciste llorar a mí también!!
ResponderEliminarQue linda historia, tiene tanto de verdad.
mariarosa
hermoso... fuertemente emotivo... q bueno Ruma. un gusto. saludos amiga!
ResponderEliminarQué triste ¿No? Absoluta soledad. Y es una realidad que habremos de enfrentar algún día.
ResponderEliminarMuy bueno,
Saludos cordiales.
Una historia muy tierna, y me pareció de lo más singulares algunos aspectos de la narración,
ResponderEliminara veces la ansiedad deja un vacío grande; no en este caso, el llamado de Eric ha valido por todos los filos del verbo esperar.
Me ha gustado, un abrazo.
Como siempre, estos relatos cierran la sensibilidad. Un placer que, en este caso, describe con precisión ese mundo de distintos planos en el que la soledad nos sumerge, más cuando se van yendo hacia distintas ciudades y dimensiones los seres queridos. Me gusta mucho tu estilo. Besos.
ResponderEliminarMuy bueno Ruma! Las distancias....que terribles son a veces. Un beso!
ResponderEliminarSos condenadamente imprevisible.
ResponderEliminarLos finales te caracterizan.
Éste, tranquilizadoramente feliz, en especial.
Un abrazo
Gracias por ese final. Una belleza.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Me deben una lágrima, amigos mios! Con lo dicho por el escritor Ojeda está todo dicho.
ResponderEliminarFelicitaciones.
Un abrazo.