"Cuando voy a dormir cierro los ojos y sueño con el color de un país florecido para mí." Canción del jardinero, María Elena Walsh
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martes, 4 de octubre de 2011

Cuarto de Prosa -Miedo


Sabía que esa noche en especial –que no tenía nada de especial, sólo era una noche- tendría miedo. Me subía un ardor por el estómago que echaba raíces hasta las manos. Esta noche voy a tener miedo, pensaba entonces. Y no me equivocaba.
A propósito deambulaba por todos los rincones que pudiera con tal de no ir a la cama. Porque allí venía el miedo, no antes. Comenzaba con la oscuridad. Esta oscuridad se abría paso entre las paredes, como si fueran víboras enloquecidas. Yo las miraba retorcerse –aunque no quería, por supuesto, lo hacía con los ojos entornados para que me impresionaran menos- tratando de alcanzarme. Y el frío, aunque fuera verano. De repente me venía un hielo agrio en la boca que no se iba aunque me ofendiera con él. Era un hielo orgulloso, constante.
Yo había prendido la lucecita verde de cuando sabía que iba a tener miedo –ciertos ángeles de la guarda funcionan con electricidad-, era mi salvoconducto, ella se agrandaba y luchaba contra las víboras pero a veces perdía. Igual le agradecía despacito, no fuera cosa que se sintiera inferior y la próxima no quisiera prenderse, de poca autoestima, nomás.
Las noches de miedo olían a rosas.  A mi nariz le encantaba. Parecía que esperaba esas noches para disfrutar del aroma. Yo creía que mi nariz no me quería y por eso –la nariz debe quererlo a uno, es imposible lo contrario- la guardaba debajo de la sábana. Pero los ojos se me escapaban para mirar a las víboras. Qué ojos desobedientes. Los tapaba con una mano y por más entrecerrados que estuvieran me separaban los dedos para poder mirar mejor.
Tenía la sublime idea de que las víboras querían robarme un pedazo. Digamos un brazo; el alma; alguna mentira pobre, de esas que por pobres los demás les hacen así con la mano, como a los perros de la calle. Tal vez los latidos; los recuerdos o las imágenes que guardaba con obsesionado esmero bien atrás, en la nuca, y que utilizaría en el futuro, cuando ya no temiera a la oscuridad. Todo un tesoro.
Eso me enojaba demasiado. Algo en la habitación se revolvía más que las víboras y me regalaba un poco de coraje, el suficiente para que me levantara y, dando manotazos al aire llena de enemigos, me acercara hasta la lucecita verde para que ella ajustara un poco los botones de mi angustia. En el trayecto le quitaba el aire a los muebles, a los adornos, a los juguetes. No sé por qué lo hacía. Abría la boca bien grande y les aspiraba cerca. Tal vez me diera más valentía, que duraba poco, porque volvía levitando casi de lo rápido que corría hasta la cama.
La apoteosis del miedo era cuando del piso emergían llamaradas negras, la lucecita verde no podía con ellas, eran bien negras de oscuridad. Yo tenía ganas de llorar, y el hielo que no se me iba de la boca y era cada vez más agrio.
Después de un rato de temblar y gritar para adentro el cansancio entraba con su manto transparente lleno de luciérnagas tranquilas –la lucecita verde tenía algo que ver-, me arropaba, guardaba las llamaradas dentro del piso, acogotaba a las víboras enloquecidas y me guiñaba un ojo que yo veía con uno solo de los míos, porque el otro ya estaba durmiendo. ®

Jeve

15 comentarios:

  1. eran bien negras de oscuridad!!! tal el color del miedo en la cabecita narradora... salud amiga Jeve!

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  2. Bue, tan negras como la noche. Una gran imaginación la del personaje, en un solo instante, antes de dormir, construyó su propio pánico.

    Muy bueno.

    Saludos cordiales.

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  3. Esas noches infantiles.

    Muy bien descripta. Buen texto.

    Un abrazo.

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  4. La sugestión obra maravillosos monstruos y acechanzas terribles, y locas acciones, y cansancio, y muy buenos relatos como éste.
    Un abrazo, Jesica y Marcelo.

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  5. Cuando uno es grande es realmente tierno recordar aquellas noches terrorificas,

    Excelentemente narrado, además de ser creíble al máximo no escatima belleza en el uso de las imagenes, un fuerte abrazo a los dos.

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  6. Brrr... noches de miedito...

    Muy buen relato, son tan repugnante para mí las vivoras, que de sólo imaginarlas, me estremezco.

    mariarosa

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  7. Me encantó la descripción exacta de la cabecita infantil llena de miedos y fantasías. Un beso!

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  8. Muy bueno che! me gustó mucho, sobre todo por la manera de ir contando entre "paréntesis" detalles menores, a mi gusto eso lo hace más llegador al cuento! Bueno, después de tanto que prometí, me pasé a leer! jaja... ya voy a ir leyendo más. Los felicito, muy bueno el blog por lo que vi... El mío está un poco como desatendido ultimante de parte mía! Saludos

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  9. La infancia tiene esas mezquindades: para sentir lo mismo de adultos necesitamos comprar pastillas, ya ni el recuerdo nos presta esas sensaciones. Besos.

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  10. Aplausos a ese final!!!! muchos...
    Empece maravillada por el tema, y sin darme cuenta estada adentro, curiosa. Poco tardo en llegar la primera carcajada...
    Bravo por ese final.
    Beso!!!
    Pd: me intriga mucho el tema de la corrección de a dos, debe ser interesante escribir así.

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  11. Qué cortazariano se me ocurre este relato, agujita. Me encantó. Un final que cierra muy bien, con su gracia de acogotar a las víboras. Al miedo entonces le gana el cansancio. Qué bueno eso, un cansancio "con un manto transparente lleno de luciérnagas tranquilas".

    Se disfrutó.

    Un beso grande

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  12. Llegue aqui desde la cartelera de A viva voz, he disfrutado la presentacion del blog y he quedado prendada de las letras. Menos mal que aparecieron las luciernagas. Saludos

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  13. Me quedo viendo tu blog, que descubro a través del blog de Julio, el cual nos recomienda.

    Un beso.

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  14. No tuve lucecita verde. Mi madre insistía en que el rosario, colgado del respaldo de la cama, espantaba los miedos. El miedo venía igual. Las madres no saben de miedos infantiles.

    Saludos

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  15. Qué identificatorio. Impecable.

    A veces la vida misma, cuando deja la infancia tan atrás, hace lo mismo que la tan temidas víboras (robarnos ese tesoro)

    Un abrazo


    SIL

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Despensa

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Cuarto de Regalos

Para Jeve y Ruma

Para ti, que escribres...

Broten las palabras de tu espíritu al papel

y dejen huella

de tal modo que permanezcan vivas, eternas en la roca testimonio de tu luz

y fuego en la luz de las estrellas.

Rodolfo Piay
http://visionesdeojosabiertos.blogspot.com/
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