Irene no lo escuchó llegar. Cuando lo vio, Lalo ya estaba parado frente a la ventana, mirando a contraluz, los brazos levemente hacia arriba, las manos firmes a la altura de los ojos. Sostenía algo.
-¿Qué mirás?
Habían llegado hasta el punto de no saludarse. Por qué fue quizá la pregunta que habría querido hacerle, pero no le quedaban ganas de terminar discutiendo como todos los días. Él sólo se encogió de hombros.
-Sí, ya sé, es un negativo. De quién, pregunto, ¿quién es?, ¿lo conocés?
-No sé, lo encontré en la vereda.
No hubo más palabras, Lalo dejó el negativo sobre un estante de la biblioteca y se encerró en el estudio.
¿Cuándo habían comenzado semejante declive? No podían precisarlo con claridad, simplemente sucedió y allí estaban bajando esa escalera, decolorándose; alguna vez enamorados, ahora una fotografía sobreexpuesta.
Irene, con desgano, tomó el negativo e imitó la postura de la ventana. En la película había dos imágenes. Se asombró –en el auge de la fotografía digital- de que fueran recientes, o al menos le pareció. El ser que habitaba dentro de estos dos cuadrados sepia era un hombre alto, adulto, caminando por la playa. Vestía una campera, quizá el día de las fotos habría estado fresco o ventoso. En la segunda impresión fumaba sobre un médano. Desde ese recorte de tiempo en celuloide el hombre le dedicaba una sonrisa, incluso levantaba una mano como llamándola. Aunque fuera pura alucinación a Irene le agradó pensar que el gesto era para ella, una galantería que no recibía desde… Le guiñó un ojo cómplice y ubicó al hombre sobre la biblioteca justo a tiempo; Lalo regresó por su tesoro y lo observó un poco más. Comenzó un juego macabro: todas las tardes, en vez de hablar, de una mínima comunicación, al regresar a su casa Lalo ejecutaba la rutina de la ventana. Ella hacía lo mismo cuando él no la veía. Reconoció que, al principio, ver esa fracción de vida paralizada en el estante de sus libros predilectos la ofuscó, pero no tuvo valor para echarla a la basura.
No hicieron preguntas ni dieron explicaciones, ya eran dos extraños, Lalo llegaba cada vez más tarde, Irene tenía mucho tiempo en soledad, tanto que logró hacerse amiga del hombre atrapado en la emulsión. Conversaba con él, compartía, cenaba, se emborrachaba, le hizo confidencias –demasiadas-.
Una noche la imagen de celuloide pareció estar en la cama. Fría e inmóvil. Tan conocida, extrañamente familiar. ®
Jeve y Ruma
certera postal de la comunicaciòn y la soledad... un gusto leerlos. mi saludo.
ResponderEliminarQue buen ritmo, tiene este relato.
ResponderEliminarMuestra una triste realidad. La rutina mata el amor.
Una pena.
Saludos
Suele suceder, los seres nos cansamos unos de otros, algunas veces hasta un simple negativo nos puede enfrentar con nuestra soledad.
ResponderEliminarExcelente texto.
Alejandro
Buena entrada. Como nos acostumbramos a que ciertas cosas pasen......
ResponderEliminarEl acostumbramiento es el peor Enemigo! , debemos tratar de condimentar el Amor todos los días , aunque sea peleando , jaja, te lo dice una Peleadora Nata que hace 35 años está con el mismo Amor.
ResponderEliminarSaluditos
Cris//mujersdesincuentay
Definitivamente, somos responsables de nuestra incomunicación.
ResponderEliminarQue buena historia.
ResponderEliminarLa mente de la mujer, corporizo la imagen... que lindo final abierto, cada uno lo completa.
Saludos.
mariarosa
Upas!!! primero suspiré, luego digo, carajo!!! que cierto este relato!
ResponderEliminarComo siempre, grato placer!! Nana.
Hay imágenes que despiertan otras. Cuando las cosas están mal en nuestras vidas, muchas veces vemos afuera solo lo que buscamos ver.
ResponderEliminarMuy buen relato con muy buen ritmo.
Beso.
Me gustó el relato, la forma en que está contado. Deja mucho a la interpretación del lector, y eso es muy bueno.
ResponderEliminarA veces son cosas inesperadas las que desenmascaran el autoenagaño.
Un abrazo.
Qué buen relato. Una triste realidad. No es fácil mantener viva la llama y apartar la monotonía y la costumbre.
ResponderEliminarGracias por pasar por mi blog, chicos. Les dejo besos.
Muy bueno; tal vez el final se deja ver un poquito (o, menos eso me pasó a mí).
ResponderEliminarSaludos cordiales.
Me recuerda bastante a esa mujer que no miraba negativos, sino, leía cuentos y se fué desvaneciendo poco a poco, cuando no supo más cual era su realidad. Su vida era cuento, o contaba su vida?
ResponderEliminar